martes, 20 de noviembre de 2007

Jaime Abdalá Bucaram Ortiz

Abdalá Bucaram nació en Guayaquil el 4 de febrero de 1952, se educó con los padres salesianos del Colegio Cristóbal Colón, donde se graduó de bachiller tras distinguirse en los deportes y obtener altos promedios académicos en el último año. Se graduó de abogado en la Universidad Estatal de Guayaquil. Fue campeón nacional juvenil en los cien metros planos con una marca de 10 segundos y medio no superada aún.
Ejerció el magisterio en el colegio San José de los Hermanos Cristianos de La Salle y fue instructor en la escuelas Naval, Infantería de Marina y Naval Superior. Formó la Federación Deportiva Naval. Ingresó a la vida política en 1978 apoyando activamente la candidatura de su tío Asad y luego la de su cuñado, el abogado Jaime Roldós Aguilera. Al empezar a distanciarse Roldós de Assad ya desde la segunda vuelta de las elecciones de 1979, los esposos Roldós Bucaram fundaron el Movimiento "La Fuerza del Cambio". Abdalá optó por este Movimiento y fue nombrado Intendente de Guayaquil por el gobierno de Roldós.
Fue elegido alcalde el 29 de enero de 1984, se distinguió por su dinamismo. Abdalá Bucaram Ortiz gobernó durante 186 días y 31 minutos. Llegó sin un plan de gobierno, pero tenía tres metas claras: un ajuste económico, político y social tajante y coherente, la paz con el Perú y la vivienda para los pobres. Se demoró 113 días en elaborar y anunciar el plan de ajustes.
El plan se asentaba en la convertibilidad de cuatro nuevos sucres por dólar respaldados totalmente por la reserva monetaria internacional desde el primero de julio de 1997.En septiembre de 1985 tuvo que huir a Panamá. Había gobernado sólo un año y medio. La huida se veía venir. Dos meses más tarde el contralor de la Nación, Marcelo Merlo Jaramillo, le sindicó por un peculado de 20 millones de sucres en contratos de cascajo para el relleno de los barrios suburbanos y dictó orden de prisión.
Fue apresado y torturado por la Policía Antinarcóticos de Panamá al haberle hallado cocaína en un automóvil el nueve de noviembre de 1985. Abdalá acusó a Febres-Cordero de tenderle esta celada. El presidente Borja (1988-1992) reavivó el juicio penal por peculado y nuevamente Abdalá huyó a Panamá, de donde regresó en 1990 porque el juez de la Causa, el presidente de la Corte Superior de Guayaquil, le había sobreseído provisionalmente.
El modo como el Presidente gobernó durante todo el tiempo volvía muy dudosas esas condiciones de posibilidad y convencieron al pueblo y a los políticos de que el presidente no era apto para gobernar. En efecto, fuera de los técnicos al frente del Banco Central, de algunos asesores de Junta Monetaria, de los ministros de Finanzas, Industrias, Trabajo y Vivienda, el equipo ministerial era mediocre y algunos de sus integrantes corruptos.
Las Fuerzas Armadas le perdonaron los escándalos y apoyaron los planes de ajuste, pero cuando el pueblo se levantó, permitieron que el presidente se cayera. No buscó con sinceridad la conciliación, atacó a los sindicatos públicos, sacrificó a la Ministra de Trabajo que había dado pasos efectivos para la conciliación entre el Gobierno, los empresarios y los trabajadores.
Entres las principales medidas adoptadas estuvieron: sacrificó por temor al ministro de Energía, Alfredo Adum, que le había financiado la campaña y a quien nunca pudo controlar pese a que los desmanes del ministro dañaban a fondo al presidente. Entendió la moralización como mano dura con los roqueros de pelo largo y su música, pese a que él mismo los había usado en la campaña. Prohibió las bebidas alcohólicas en los domingos y cerró los bares a la madrugada; pero sus desafueros sexuales, reales o no, eran la comidilla del país mientras proponía la pena de muerte para los violadores. No se sentó a gobernar con seriedad, se movía y movía su gabinete a Esmeraldas, a Macas, a Guayaquil para continuar con sus ofertas y regalos populistas. No entendió a Quito, ni a su alcalde ni a su gente y fomentó el regionalismo. Gastó los fondos públicos en comprar el afecto del pueblo y la cooperación del Congreso, y no logró ni lo uno ni, a la larga, al menos completamente, tampoco lo otro. Toleró y fomentó la corrupción en las aduanas, cuyo sistema de computación desmontó hostigando a las verificadoras y camuflando con la intervención militar los desafueros de la mafia aduanera de sus amigos y acreedores de campaña. Abusó del nepotismo hasta en el Servicio Exterior. Aunque buscó la paz con el Perú y el comercio con Colombia y la inversión extranjera, borró sus logros con la imagen que desde su persona se proyectaba sobre el país visto como anárquico, tropical, inestable, nada serio. Pisoteó la dignidad presidencial con canciones y bailes trasmitidos a la televisión internacional y con la presencia de bailarinas baratas y de poca reputación. Fomentó el culto a su persona, quiso estar en todo hasta en la presidencia del club de Fútbol más popular del Ecuador.
Engañó al pueblo y empresarios amigos con una Teletón que avergonzó al Ecuador por el estilo de la presentación protagonizada por el Presidente y una bailarina y por el robo de una parte de lo recaudado para los niños pobres por parte de algunos colaboradores. Y no reparó en seguir insultando a quienes se le oponían. Maltrató a la prensa a la que no escuchó, a la que trató unas veces con arrogancia y otras con servilismo, a la que amenazó sutilmente y calificó de regionalista.
Con una conducta presidencial tan contradictoria, incoherente, irrespetuosa y agitada, su plan de ajustes tenía una mínima probabilidad de ser puesto en ejecución con seriedad, perseverancia, honradez y respeto a la democracia. Sin embargo, empezó a prepararlo con seriedad: cuando aumentó el costo de servicios tan básicos como el gas doméstico, la electricidad, el agua potable y los teléfonos, el pueblo que le había aguantado se rebeló. Los estudiantes salieron a las calles a lo largo del mes de enero. Los políticos opositores y los políticos colaboradores estaban listos para pescar a río revuelto.
El 29 de enero de 1997, el embajador de los Estados Unidos leyó un discurso escrito denunciando la corrupción del régimen y alertando a los inversionistas de su país a no poner el dinero en Ecuador. Todos entendieron que Washington daba el visto bueno para que el presidente fuera cesado de su cargo como en efecto comenzó a ocurrir una semana más tarde en las jornadas iniciadas el 5 de febrero y concluidas el 11 de ese mes. Abdalá fugó nuevamente a Panamá, pero esta vez se llevaba supuestamente un botín cuantioso a vista y paciencia de la Policía y de las Fuerzas Armadas.
Fuente: Portal Historia de los Presidentes - Gobierno de la República del Ecuador